Junto a su esposa, Douglas Tompkins
(Nueva York, 1943) fundó en 1968 la empresa The North Face,
especializada en indumentaria para montañistas, alpinistas, esquiadores y
atletas. Comenzó a amasar fortunas y la vendió. Luego creó la marca
Esprit, dedicada a la ropa de moda. También tuvo éxito y la vendió.
Desde entonces, alrededor de 1990, comenzó a invertir sus millones en
comprar miles de hectáreas en Sudamérica, especialmente en Argentina y
Chile. Así se transformó en un devorador de tierras para unos y en un
filántropo amante de la ecología para otros.
"Cuando pasa el tiempo, los hechos hablan por sí mismos", le dice Tompkins a "Río Negro" en un hotel de Recoleta. La desconfianza que pueda generar su figura no le preocupa demasiado, más bien se lo toma con una sonrisa. "Hasta decían que iba a envasar el agua para llevármela", comenta, haciendo referencia a las críticas que recibió cuando unos diez años atrás compró 139.000 hectáreas en los Esteros del Iberá, en Corrientes.
"Es un proyecto de conservación. Tenemos algunos campos productivos pero están incorporados a la idea de algún día tener un gran Parque Nacional (PN) ahí. Poco a poco avanzamos en la reintroducción de especies extinguidas en la zona", afirma Tompkins y se entusiasma al relatar que el día de la entrevista fue capturado un venado que estaba "estrangulado por las forestaciones industriales que están proliferando en todas partes. Es una especie amenazada de extinción y la idea es salvar a un núcleo suficiente para llevarlo a zonas protegidas del centro de Iberá. Si todo anda bien, vendrán otros ejemplares para repoblar zonas donde la especie ha desaparecido".
–Suena interesante.
–El año pasado transportamos un grupo de ciervos a áreas protegidas dentro de los Esteros y está prosperando bien, con cinco crías nuevas en zona silvestre. En quince o veinte años ojalá tengamos mil animales en todas partes, como los antílopes de África (risas).
–¿Quince o veinte años…?
–Sí, es un proyecto a largo plazo, hay que tener mucha paciencia y perseverancia. Pese a que es difícil… Especialmente para mí, que soy impaciente y quiero avanzar lo más rápido posible. También hemos soltado osos hormigueros y ya hay unos 20 ejemplares. Tenemos 99 por ciento de seguridad que saldrá bien. Nuestro interés es… en inglés sería rewilding (resalvajización). Volver a hacer salvaje un lugar, con todos los bichos que pertenecen a un ecosistema. Después, vamos a donar todo al Estado para que lo administre como a cualquier parque, como lo hicimos en Santa Cruz cuando donamos Monte León. Los parques no son algo portátil (risas).
–Parece demasiado bueno para ser verdad, ¿no?
–Hay precedentes de esto. Y el Estado estuvo muy agradecido cuando donamos Monte León. Y lo mismo en Chile.
–¿Por qué hace todo esto?
–Me da placer hacer un Parque Nacional. No es un capricho. Vengo de una tradición de Estados Unidos donde hay muchos casos de gente que está donando algo al Estado. Acá también hay precedentes, incluso en Corrientes hace unos años un danés (Troel Myndel Pedersen) donó miles de hectáreas para el PN de Mburucuyá. Es muy gratificante hacer un PN junto con el gobierno. ¿Qué vamos a hacer con toda la plata? ¿Llevarla al cielo? No, hay que hacer algo.
–Mucha gente desconfía de estas buenas intenciones.
–Es entendible, no es algo insólito. A todos nos pasa que, a veces, estamos mirando algo con escepticismo pero cuando entendemos bien todo el asunto es diferente. Después de veinte años en Chile, hay tremendo apoyo de la ciudadanía. Poco a poco, cuando la gente se da cuenta que es algo verdadero, real, la cosa cambia. Yo viajo en taxi en Santiago y los conductores me felicitan por nuestro esfuerzo por proteger la naturaleza o los bosques chilenos. Incluso es contagioso. En Chile ahora hay cientos de personas que están haciendo algo similar a distinta escala. Ellos también encuentran en esto algo gratificante.
Tompkins no está en desacuerdo con que el gobierno regule a los propietarios de las tierras, ni que regule a los extranjeros que compran propiedades. Sin conocer los detalles del proyecto de ley que da vueltas en el Congreso, el ecologista apunta a que "los más importante es que Argentina tome en serio el cuidado de su tierra. Esto no es una cuestión de pasaporte. La verdadera riqueza de la Argentina y su tierra no están siendo bien cuidadas".
A su vez, considera que sería positivo incentivar a que la gente vuelva a las ocupaciones rurales.
–Hay varias teorías que lo demonizan.
–Naturalmente, un extranjero que está comprando grandes extensiones de campo, dado el récord de otros extranjeros que han comprado tierras para exprimir plata, es entendible que es algo sospechoso. Pero, cuando pasa el tiempo, los hechos hablan por sí mismos.
–¿Bajo qué condiciones se donan las tierras al Estado?
–Una única condición: hacer un PN. Ningún donante en el mundo está donando tierras a los Estados con el concepto de crear parques nacionales si no tiene un acuerdo legal que el gobierno tiene que cumplir con la promesa de mantener la zona como PN. Y los gobiernos lo entienden perfectamente.
–¿Cómo ve a la Argentina en este sentido?
–Tengo confianza en entregar algo al Estado argentino porque hay una fuerza colectiva dentro de la ciudadanía argentina que le gusta sus parques. Es el tercer país en el mundo en crear parques nacionales y tendría una muy mala reacción de la gente si incumple algún acuerdo de este tipo. Con todos los altibajos económicos y políticos de los últimos cien años, los parques siguieron igual. No estamos en Afganistán, donde no hay un Estado de derecho.
–¿Cómo ve el mundo?
–Ayer, mientras aterrizaba en San Pablo, miraba la metrópolis y pensaba en su colapso y en qué iban a hacer 20 millones de personas sin el conocimiento de hacer su propio huerto. El colapso es inevitable. Igual en Buenos Aires. Por eso pienso que es muy bueno tener un pequeño campito con un huerto y el conocimiento de cultivar los alimentos. Aprender para la subsistencia para cuando todo caiga. La escala de las grandes metrópolis, el crecimiento demográfico, en tu corazón, ¿a dónde nos llevará esto?
–Dígame.
–El destino, el futuro del mundo, ¿puede sostener todo esto? Esto va al desastre. El sentido común me dice que es mejor tener un huerto, un campo productivo en alguna parte, sumado al conocimiento y quedar muy lejos de los centros urbanos. Este es mi consejo para mis hijas, que sepan hacer cosas por ellas mismas. Por eso también hay una migración de una parte de la sociedad hacia la zona rural. Es sentido común. Argentina está en el mismo sentido que todo el mundo.
–¿Cómo?
-Corriendo cada día más rápido hacia el abismo. Pero igual Afganistán, Australia… Europa está mirando al abismo en este momento. El colapso financiero es inevitable. Han crecido demasiado, hay una gran crisis de recursos y de materia prima de todo tipo... La situación está fuera de control.
–¿Cómo vamos a salvarnos?
–El primer paso es comprar un pedazo de tierra para tener la seguridad de que mañana vamos a tener algo para comer. Es una de las paradojas o ironías de la vida, pero me parece que estamos en una situación bastante problemática y peligrosa.
–¿Los Estados pueden hacer algo para torcer este destino?
–Creo que la democracia tiene enormes fallas en sus procesos. Es netamente un sistema de gobernancia de corto plazo. Obliga al político a tomar decisiones que de antemano ya sabe que son equivocadas; pero tomar decisiones de largo plazo complica tanto su reelección que no puede tomar las decisiones correctas para asegurar el bienestar de la sociedad. Esto es inherente a la democracia y es su falla fatal. Esto no significa que estoy velando por dictaduras, despotismos, monarquías o algo así. Pero hay que reconocer que es un talón de Aquiles.
–¿En qué cree?
–Fervientemente en la libertad. La democracia tiene muchas cosas buenas. Pero el cortoplacismo y una especie de "complot" contra la naturaleza y la salud del ecosistema… Veo que hay un jaque al sistema.
–¿Qué le genera el contacto con la naturaleza?
–Me encanta. Por ejemplo, cuando vemos al yaguareté silvestre ¡es una maravilla! Mucho mejor que el ballet en el Teatro Colón, que es bueno también. Pero esto es impresionante en un planeta cada vez más degradado por el mundo tecnoindustrial. Hay animales carnívoros emblemáticos que son claves para regular el ecosistema. Volar por encima de estas zonas en las que no hay seres humanos da un respiro. También está el componente estético del paisaje, claro. Es una verdad universal: la gente va a los parques porque quiere ver la belleza de la naturaleza. A cualquiera le pasa, sin importar su clase social, perfil económico ni formación. Todos quedan maravillados.
"Cuando pasa el tiempo, los hechos hablan por sí mismos", le dice Tompkins a "Río Negro" en un hotel de Recoleta. La desconfianza que pueda generar su figura no le preocupa demasiado, más bien se lo toma con una sonrisa. "Hasta decían que iba a envasar el agua para llevármela", comenta, haciendo referencia a las críticas que recibió cuando unos diez años atrás compró 139.000 hectáreas en los Esteros del Iberá, en Corrientes.
"Es un proyecto de conservación. Tenemos algunos campos productivos pero están incorporados a la idea de algún día tener un gran Parque Nacional (PN) ahí. Poco a poco avanzamos en la reintroducción de especies extinguidas en la zona", afirma Tompkins y se entusiasma al relatar que el día de la entrevista fue capturado un venado que estaba "estrangulado por las forestaciones industriales que están proliferando en todas partes. Es una especie amenazada de extinción y la idea es salvar a un núcleo suficiente para llevarlo a zonas protegidas del centro de Iberá. Si todo anda bien, vendrán otros ejemplares para repoblar zonas donde la especie ha desaparecido".
–Suena interesante.
–El año pasado transportamos un grupo de ciervos a áreas protegidas dentro de los Esteros y está prosperando bien, con cinco crías nuevas en zona silvestre. En quince o veinte años ojalá tengamos mil animales en todas partes, como los antílopes de África (risas).
–¿Quince o veinte años…?
–Sí, es un proyecto a largo plazo, hay que tener mucha paciencia y perseverancia. Pese a que es difícil… Especialmente para mí, que soy impaciente y quiero avanzar lo más rápido posible. También hemos soltado osos hormigueros y ya hay unos 20 ejemplares. Tenemos 99 por ciento de seguridad que saldrá bien. Nuestro interés es… en inglés sería rewilding (resalvajización). Volver a hacer salvaje un lugar, con todos los bichos que pertenecen a un ecosistema. Después, vamos a donar todo al Estado para que lo administre como a cualquier parque, como lo hicimos en Santa Cruz cuando donamos Monte León. Los parques no son algo portátil (risas).
–Parece demasiado bueno para ser verdad, ¿no?
–Hay precedentes de esto. Y el Estado estuvo muy agradecido cuando donamos Monte León. Y lo mismo en Chile.
–¿Por qué hace todo esto?
–Me da placer hacer un Parque Nacional. No es un capricho. Vengo de una tradición de Estados Unidos donde hay muchos casos de gente que está donando algo al Estado. Acá también hay precedentes, incluso en Corrientes hace unos años un danés (Troel Myndel Pedersen) donó miles de hectáreas para el PN de Mburucuyá. Es muy gratificante hacer un PN junto con el gobierno. ¿Qué vamos a hacer con toda la plata? ¿Llevarla al cielo? No, hay que hacer algo.
–Mucha gente desconfía de estas buenas intenciones.
–Es entendible, no es algo insólito. A todos nos pasa que, a veces, estamos mirando algo con escepticismo pero cuando entendemos bien todo el asunto es diferente. Después de veinte años en Chile, hay tremendo apoyo de la ciudadanía. Poco a poco, cuando la gente se da cuenta que es algo verdadero, real, la cosa cambia. Yo viajo en taxi en Santiago y los conductores me felicitan por nuestro esfuerzo por proteger la naturaleza o los bosques chilenos. Incluso es contagioso. En Chile ahora hay cientos de personas que están haciendo algo similar a distinta escala. Ellos también encuentran en esto algo gratificante.
Tompkins no está en desacuerdo con que el gobierno regule a los propietarios de las tierras, ni que regule a los extranjeros que compran propiedades. Sin conocer los detalles del proyecto de ley que da vueltas en el Congreso, el ecologista apunta a que "los más importante es que Argentina tome en serio el cuidado de su tierra. Esto no es una cuestión de pasaporte. La verdadera riqueza de la Argentina y su tierra no están siendo bien cuidadas".
A su vez, considera que sería positivo incentivar a que la gente vuelva a las ocupaciones rurales.
–Hay varias teorías que lo demonizan.
–Naturalmente, un extranjero que está comprando grandes extensiones de campo, dado el récord de otros extranjeros que han comprado tierras para exprimir plata, es entendible que es algo sospechoso. Pero, cuando pasa el tiempo, los hechos hablan por sí mismos.
–¿Bajo qué condiciones se donan las tierras al Estado?
–Una única condición: hacer un PN. Ningún donante en el mundo está donando tierras a los Estados con el concepto de crear parques nacionales si no tiene un acuerdo legal que el gobierno tiene que cumplir con la promesa de mantener la zona como PN. Y los gobiernos lo entienden perfectamente.
–¿Cómo ve a la Argentina en este sentido?
–Tengo confianza en entregar algo al Estado argentino porque hay una fuerza colectiva dentro de la ciudadanía argentina que le gusta sus parques. Es el tercer país en el mundo en crear parques nacionales y tendría una muy mala reacción de la gente si incumple algún acuerdo de este tipo. Con todos los altibajos económicos y políticos de los últimos cien años, los parques siguieron igual. No estamos en Afganistán, donde no hay un Estado de derecho.
–¿Cómo ve el mundo?
–Ayer, mientras aterrizaba en San Pablo, miraba la metrópolis y pensaba en su colapso y en qué iban a hacer 20 millones de personas sin el conocimiento de hacer su propio huerto. El colapso es inevitable. Igual en Buenos Aires. Por eso pienso que es muy bueno tener un pequeño campito con un huerto y el conocimiento de cultivar los alimentos. Aprender para la subsistencia para cuando todo caiga. La escala de las grandes metrópolis, el crecimiento demográfico, en tu corazón, ¿a dónde nos llevará esto?
–Dígame.
–El destino, el futuro del mundo, ¿puede sostener todo esto? Esto va al desastre. El sentido común me dice que es mejor tener un huerto, un campo productivo en alguna parte, sumado al conocimiento y quedar muy lejos de los centros urbanos. Este es mi consejo para mis hijas, que sepan hacer cosas por ellas mismas. Por eso también hay una migración de una parte de la sociedad hacia la zona rural. Es sentido común. Argentina está en el mismo sentido que todo el mundo.
–¿Cómo?
-Corriendo cada día más rápido hacia el abismo. Pero igual Afganistán, Australia… Europa está mirando al abismo en este momento. El colapso financiero es inevitable. Han crecido demasiado, hay una gran crisis de recursos y de materia prima de todo tipo... La situación está fuera de control.
–¿Cómo vamos a salvarnos?
–El primer paso es comprar un pedazo de tierra para tener la seguridad de que mañana vamos a tener algo para comer. Es una de las paradojas o ironías de la vida, pero me parece que estamos en una situación bastante problemática y peligrosa.
–¿Los Estados pueden hacer algo para torcer este destino?
–Creo que la democracia tiene enormes fallas en sus procesos. Es netamente un sistema de gobernancia de corto plazo. Obliga al político a tomar decisiones que de antemano ya sabe que son equivocadas; pero tomar decisiones de largo plazo complica tanto su reelección que no puede tomar las decisiones correctas para asegurar el bienestar de la sociedad. Esto es inherente a la democracia y es su falla fatal. Esto no significa que estoy velando por dictaduras, despotismos, monarquías o algo así. Pero hay que reconocer que es un talón de Aquiles.
–¿En qué cree?
–Fervientemente en la libertad. La democracia tiene muchas cosas buenas. Pero el cortoplacismo y una especie de "complot" contra la naturaleza y la salud del ecosistema… Veo que hay un jaque al sistema.
–¿Qué le genera el contacto con la naturaleza?
–Me encanta. Por ejemplo, cuando vemos al yaguareté silvestre ¡es una maravilla! Mucho mejor que el ballet en el Teatro Colón, que es bueno también. Pero esto es impresionante en un planeta cada vez más degradado por el mundo tecnoindustrial. Hay animales carnívoros emblemáticos que son claves para regular el ecosistema. Volar por encima de estas zonas en las que no hay seres humanos da un respiro. También está el componente estético del paisaje, claro. Es una verdad universal: la gente va a los parques porque quiere ver la belleza de la naturaleza. A cualquiera le pasa, sin importar su clase social, perfil económico ni formación. Todos quedan maravillados.
Juan Ignacio Pereyrapereyrajuanignacio@gmail.com
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